
Nuestra aventura del primer día comenzó en el malecón del río Magdalena, uno de los ríos de mayor tamaño en Colombia; el mismo nace en el departamento de Huila, al sur del país, y desemboca al norte en el mar Caribe. Por supuesto que no lo recorreríamos en toda su extensión, ya que estamos hablando de más de 1500 kilómetros de longitud. Tampoco es navegable en toda su extensión, y de hecho en otro día pasaríamos por su punto más estrecho (apenas dos metros de ancho). Por hoy, solo nos tocaba una navegación corta, pero placentera.
Durante la navegación pudimos apreciar tanto pescadores como parte de la fauna del lugar. Si bien es cierto que el cocodrilo americano forma parte de la vida silvestre del río, por suerte (no me decido si buena o mala) nunca llegamos a avistar uno. Sí vimos iguanas, que para algunos compañeros de otros países resultaban exóticamente atractivas, pero lamentablemente en Puerto Rico son una plaga desde hace años (tengo iguanas de sobra hasta en los terrenos de mi casa), por lo que no fue punto de atracción para mi. También avistamos garzas y águilas durante el recorrido.
Fue luego de desembarcar que visitamos una de las fábricas de la famosa achira, en Fortalecillas. Hacía bastante calor adentro (imagínense estar en una región calurosa, y dentro de una estructura en donde hay hornos funcionando a todas horas durante el día), así que mis respetos a los trabajadores.
De allí nos trasladamos al pueblito de Villavieja. Este lugar servía como punto de salto al desierto de Tatacoa, pero el pueblo en sí es uno muy bonito, con una hermosa plaza central que cuenta con la estatua de un megaterio. Los megaterios eran enormes perezosos prehistóricos que podían llegar a medir hasta siete metros de longitud, y que habitaron esta región hace miles de años. Probablemente por esta razón, así como por las propiedades del desierto (de las que hablaré un poco más adelante) es que se autodenominan «Capital paleontológica y astronómica de Colombia».

Lo próximo es lo que más me atrajo en lo personal: el desierto de Tatacoa tiene la particularidad de estar muy cerca del ecuador terrestre, por lo que desde allí se pueden observar estrellas y constelaciones de ambos hemisferios. Siempre me ha interesado la astronomía, por lo que al saber de este dato me emocioné. Lamentablemente esa noche estuvo nublada (situación en extremo inusual en un desierto).

Hablando de cosas en extremo inusuales, antes de ir al observatorio astronómico visitamos un resort que al día de hoy no estoy seguro de cómo catalogar. Se trata del Bethel Bioluxury Hotel, un complejo en medio del desierto que es a la vez rústico y lujoso, con una clientela que sólo puedo describir como «joven, de buenos cuerpos, y mucho dinero». Bueno, no es que todos los que estuviesen allí fueran super modelos, pero esa es la vibra que te da el lugar. También me da la vibra de por la noche la cosa se pone caliente (irónico en un desierto, donde las noches son frías). Vean el video y las fotos para que entiendan de lo que estoy hablando.
A pesar de las nubes, la noche no fue una pérdida total. Uno de los astrónomos del observatorio igual nos dio una charla de las estrellas, utilizando el apuntador de luz más potente que haya visto (realmente parecía que el haz de luz llegaba al cielo).


Esa noche regresamos a Neiva, para descansar y continuar nuestra aventura al día siguiente…
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