Puno: Lago Titicaca


El lago Titicaca es de esos puntos geográficos que uno recuerda haber estudiado en la escuela, siendo junto con el Amazonas y el Nilo uno de los cuerpos de agua más importantes del mundo. Por supuesto el nombre en español se presta a la mofa, más cuando son niños los expuestos a esta información. Que hasta Perú tiene su propia versión, sin que falte allá el guía que se los cuente: el lago Titicaca se divide entre Perú y Bolivia; Perú tiene el «titi», y Bolivia…

¿Recuerdan porqué es importante?

El Titicaca es el lago navegable más alto del mundo, encontrándose a 3812 metros sobre el nivel del mar. También es un lago de proporciones continentales, y con esto quiero decir que no se trata de uno de esos laguitos a los que estamos acostumbrados en Borinquen, sino de una monstruosidad que se puede tragar en su extensión a toda la isla de Puerto Rico, y que por consiguiente a ojo parece un mar que se extiende en el horizonte.

El inmenso Titicaca visto desde Isla Taquile.
El Titicaca desde el balcón de mi habitación.

El lago es tan grande que contiene un archipiélago de islas, las cuales se convierten en el objeto de nuestra visita de hoy. Las primeras de ellas incluso van más allá de ser islas propias del lago, tratándose de islas artificiales; pero cuando digo islas artificiales, no me refiero a algo como los proyectos demenciales de Dubai, sino islas construidas por locales, con materiales accesibles en el lago, y de manera relativamente simple y temporera.

Islas Flotantes de los Uros

Las Islas Flotantes de los Uros son la principal atracción del lago. Los Uros son una comunidad semi-autónoma tanto del Perú como Bolivia. Son cientos de familias que viven en el Titicaca, todos en islas hechas de juncos – totoras les llaman ellos – que, con el tiempo, se van deteriorando, puesto que obviamente es material orgánico. Estas viviendas deberían hacerme pensar en los bohíos taínos u otras estructuras similares, pero en vez mi mente va más allá, a las naves biológicas de ciencia ficción, naves vivas que navegan en el espacio.

Lo sé, no parece una isla de totora, pero es en lo que me hace pensar el concepto de las islas. Porque mi mente está más en el espacio que en la Tierra.

No es que estas islas estén vivas literalmente, pero definitivamente son biológicas, y técnicamente son capaces de navegar gracias a su flotación. Se pueden dividir y juntar a discreción de las familias, por lo que si una persona se quiere «independizar» del resto, en teoría puede agarrar su pedazo de isla e irse a otra parte.

Las islas pueden navegar, pero obviamente los Uros también prefieren hacerlo en barcos. No conozco el porqué parecen dragones vikingos.

Otro dato interesante de las islas flotantes de los Uros es que cada una cuenta con su propio Presidente, elegido anualmente por las familias que habitan esa isla en particular. Son cientos las islas flotantes, por lo que hay cientos de presidentes o presidentas. También es importante señalar que no todas las islas flotantes están abiertas a los turistas, pues un porcentaje de la población de los Uros prefiere su privacidad. Estoy plenamente seguro que yo caería dentro de este grupo, no tanto por ser anti-social – que lo soy – sino porque estar constantemente recibiendo personas extrañas en mi hogar, y buscando la manera de entretenerlos y que compren mis bienes (tales como artesanías o telas) me haría sentir un poco como un empleado de circo. No pretendo insultar con esto a aquellos que tan amablemente nos atendieron en su isla, pues se trata de un sentimiento muy personal, pero aunque desde el punto de vista de un extranjero es interesante ver cómo viven estas personas, desde el punto de vista de ellos debe ser triste que esta sea una realidad. De nuevo, es un sentimiento muy personal, y también debo tener en cuenta que son muchas las personas en el mundo que no piensan como yo, que no sólo no tienen problemas con recibir extraños en sus casas, sino que les gusta recibir extraños en sus casas.

¿Cómo es que se solía llamar eso? ¿Hospitalidad?

Bueno, pero hospitalidad o no, lo cierto es que también debo admitir que es buen negocio el atraer compradores directamente a nuestro hogar. No sé cuál es la frecuencia con la que cada isla recibe visitantes, pero lo cierto es que por acuerdo las islas se rotan los turnos para que todas puedan disfrutar del guiso, así que tampoco es como si ellos tienen que recibir turistas todos los días.

¿En qué consiste nuestra visita? Pues el grupo es recibido por el o la Presidente de la isla, quien a través del guía (el cual conoce el lenguaje aymara) nos cuenta sobre los usos y costumbres de ellos, nos enseñan sobre cómo se construyen las islas a base de la totora, cómo la totora es comestible (aunque no la ofrecen ya que sus estómagos están acostumbrados pero no así los de los turistas), se reúne la familia principal y se introducen con buen sentido del humor, los más pequeños nos regalan con un par de canciones, y luego aquellos que quieran ver las habitaciones por dentro lo pueden hacer, los que quieran comprar lo pueden hacer, los que quieran ir al baño lo pueden hacer, los que quieran navegar internet lo pueden hacer (sí, hay señal), etc.

Tienen mascotas y placas solares.

Después de un rato nos montamos en una de sus barcazas a navegar por el lago, pero no de gratis, claro; tiene un costo de 10 soles por persona, que pagas casi al final de la navegación, o te echan por la borda (ok, eso es una broma pero no tengo idea de qué pasaría si no pagas).

Me monté en la parte de atrás, más cómodo y excelente vista.
En mi segunda oportunidad en el Titicaca me senté adentro de la barcaza.

Isla Taquile

Nuestro segundo destino dentro del Titicaca lo es Isla Taquile, aproximadamente una hora a hora y media de navegación desde el muelle de los Uros.

Con las alas de ángel de camino a Isla Taquile.

De manera similar a los Uros, los habitantes de Taquile conservan sus tradiciones con poca intervención del exterior. Su pueblo es más a la usanza de los españoles, ya que la Conquista sí trajo cambios en la vida social de los isleños, pero desde ese entonces los cambios que se han introducido han sido pocos. No hay vehículos de motor en esta isla, aunque sí placas solares como sucede con los Uros, por lo que la tecnología moderna tampoco está completamente ausente.

En las islas flotantes no sentía los efectos de la altura – aunque no puedo hablar por todos los del grupo – pero en Taquile sí. No porque esta fuese más alta, sino porque para llegar hasta el pueblo, o incluso para llegar al restaurante en donde se toma el almuerzo, hay que caminar bastante y en subida. Esta parte no es nada fácil para las personas mayores, o incluso no tan mayores pero de condición física pobre. Yo tuve «flashbacks» de mi subida infernal a la Laguna Humantay, a pesar de que ni estábamos tan altos ni el camino es tan salvajemente empinado. La primera vez que vine a Taquile no hicimos esto por falta de tiempo (nuestro vuelo salía esa misma tarde), yendo en su lugar directamente al restaurante y sin tener que caminar mucho; pero mi segunda visita teníamos todo el tiempo del mundo, y por poco lo tengo que usar todo.

Sentí que llegué caminando a Tokyo.

En la plaza principal de la isla. Noten la placa solar a la izquierda.

Por el camino pasamos por algunas casas y patios, hasta que finalizamos en la plaza principal. Es una relativamente pequeña pero con una vista fenomenal del lago.

De aquí pasamos a almorzar a restaurante – otra caminata más, aunque siendo en bajada es más amena. Luego del almuerzo regresamos al bote, y en el bote regresamos a nuestro hotel a las orillas del lago, dos horas de navegación después. Con esto terminó nuestra aventura por el venerable Titicaca peruano, aventura que – de ustedes tener la oportunidad – se puede extender hasta Bolivia, en donde otras sorpresas les esperan.

Y allá seguro les dicen que Bolivia tiene el «titi», pero Perú tiene la…

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