
La subida se hacía cada vez más empinada, las piedras sueltas en el camino cada vez más difíciles de sortear. Tres o cuatro pasos eran suficientes para dejarte sin aire y con dolor de cabeza. El avanzar no se sentía como un avance; más bien era como un videojuego en donde pasar de nivel implicaba entrar en uno más complicado, y donde el «Final Boss» no parecía estar más cerca.
A mitad de juego me rendí…
Era mi tercera visita al Perú acompañando a un grupo de la agencia, en donde mayormente repetí excursiones de visitas pasadas. Dos visitas serían nuevas para mi: una, los parques arqueológicos de los que hablé la semana pasada, la otra Humantay. La laguna Humantay ya la tenía en el «bucket list» desde hacía un tiempo, pues se trata de un paisaje de ensueño en donde se combinan diferentes tonalidades de azul en el agua de la laguna con el imponente nevado de Humantay de fondo, cual pintura de Bob Ross.

Pero como una rosa que ha florecido, el camino para llegar a ella está lleno de espinas.

No es que desconociera este detalle. La altura de la laguna es aproximadamente 4200 metros sobre el nivel del mar. No es fácil aún si llevan ya varios días de adaptación en Cusco, pero tampoco es que se sienten horribles a ese nivel. Es el esfuerzo que conlleva el llegar lo que termina afectando.
Breve historia del tour
La laguna de Humantay es como una prima hermana de la Montaña de los Siete Colores, en el sentido de que ambas surgieron como atractivos turísticos en masa a partir del 2015. En el caso de Humantay, esta llevaba años sirviendo como un hermoso desvío de los trekkings a Salkantay, otro de los imponentes nevados de la zona. Durante esos años lógicamente la laguna no estaba atestada de turistas, así que la experiencia para esos trekkers debía ser muy especial; pero lo que más me llama la atención de este dato es que la laguna de Humantay era un desvío.
Este tour tan duro es apenas una nota al calce para caminantes serios.
Dice mucho de mi condición física, aunque supongo que dice más de la condición física de los trekkers serios. Si alguna vez quiero explorar los Himalayas – o aunque sea hacer ese mismo Camino de Salkantay, que también está en mi «bucket list» – me queda mucho, mucho, mucho, muchísimo camino por recorrer.

La excursión
Al igual que para la Montaña de los Siete Colores, y tantísimos otras excursiones en Cusco, hay que madrugar para ir a Humantay. Nos recogieron a las 4am en el lobby del hotel, pero ya desde las 3:40am estaba yo esperando, aprovechando que el hotel tenía hojas de coca disponibles en una bandeja para echarme un puñado en la boca y masticarlas por varios minutos. Ya lo he dicho antes y lo repito ahora: la coca ayuda mucho con el manejo de la altura, y masticar la hoja directamente es la mejor manera de hacerlo. Las infusiones/tés son buenos sin duda, pero una infusión siempre es el producto algo diluido, además de que el azúcar que se añade para darle mejor sabor reduce los efectos energizantes y de oxigenación de la coca.

De Cusco nos dirigimos en bus a Mollepata, una travesía de aproximadamente dos horas. Mollepata es un pueblito a tan solo dos mil metros sobre el nivel del mar, que sirve de puesto de control para aquellos que vayan a Salkantay o Humantay, y no solo figurativamente. Nos detuvimos por varios minutos mientras el guía hablaba con personas del puesto de control que verificaban que todo estuviera en orden. Y es que Mollepata no solo está de camino a Humantay, sino que hay unas construcciones importantes en la carretera que comienzan a las 7am y terminan a eso de las 3:30pm, y durante ese tiempo el camino está cerrado para todo el mundo. Así que o pasas antes de esa hora para poder llegar, o no entras. De igual manera, una vez dentro no puedes salir hasta después de las 3:30pm, y solo por una corta ventana de tiempo.
En otras palabras, aquí el tiempo es extremadamente valioso e importante que cumplas con el itinerario. Este detalle cobrará importancia un poco más adelante en mi relato.
Finalmente llegamos a Casa Salkantay, nuestra parada para el desayuno. Este es un bonito restaurante con una vista muy hermosa de Mollepata. El diseño es uno rústico y agradable. El desayuno fue bastante sencillo: pancakes, huevos, y frutas, con leche y tés. Pero así de sencillo como se oye, estaba muy bueno.

Luego de esta parada nos faltaba aproximadamente una hora para llegar a Soraypampa, el punto de comienzo tanto para ir a la laguna como para aquellos que harán el trekking hasta Salkantay. Por el camino nos topamos con varios caballos sueltos, ocurrencia que me parece es normal, pues horas más tarde vería el mismo escenario en el área cerca de la laguna. Ya los caballos se conocen el camino, pues.
En el camino también se pudieron apreciar eventualmente los nevados de Humantay y Salkantay, aunque la mejor vista la tuvimos una vez nos bajamos y preparamos para nuestro mini-trekking.


La primera fase de la caminata es relativamente fácil, gracias a que es mayormente plana. Aún así de vez en cuando debía parar para recuperar el aliento, porque aquí la altura ya cobraba seriedad, pasando de los cuatro mil metros sobre el nivel del mar. La oportunidad de tomar fotos o videos del increíble paisaje me daba también la excusa perfecta para parar a descansar mientras a la vez hacía algo productivo.



Esta parte del recorrido representa aproximadamente la mitad del camino, quizás un poco menos. Es entonces que se llega a la planicie de la foto de arriba en donde extiendo los brazos. Aquí es donde ofrecen la mayoría de los caballos, y esto debido a que es a partir de este punto que la cosa se pone color de hormiga brava. Es aquí donde debí tragarme mi orgullo y alquilar un caballo por 80 soles (aproximadamente USD$25) que me llevara por la mayor parte de la subida. Pero no; el resto del grupo decidió caminar, y yo decidí seguirlos.

Todavía me resulta increíble como una reducción de aproximadamente 15% en el nivel de oxígeno en el aire baja tanto el rendimiento de una persona. El ascenso hubiera sido difícil también al nivel del mar, pero tendiendo más hacia una molestia fatigante que a un vía crucis. Cada paso se siente como si se realizara el esfuerzo de diez. Cada paso me alejaba más del resto del grupo (varios de ellos mexicanos ya templados en la mediana altura de Ciudad de México o incluso pueblos más alto de su país, además de un par de boricuas de la montaña acostumbrados a cierto nivel de altura). El padecer de presión alta y el haber pasado ya por la experiencia de la Montaña de los Siete Colores me tenía en alerta al más mínimo aumento en la presión, y eso me hizo ser más precavido.
El resultado es que a mitad de camino ya el grupo apenas se veía a lo lejos mientras yo estaba pasando por el segundo y último punto de renta de caballos. El punto en donde los arrieros saben que aquellos que subieron a pie y no están debidamente equipados para el ascenso lo van a pensar dos veces antes de seguir.
Lo pensé como cinco veces, la verdad.
Sentía que podía llegar a la laguna a pie, pero que tardaría tanto en hacerlo ya sería hora de descender nuevamente (una vez allí tendríamos aproximadamente una hora para estar en la laguna). Considerando que había un horario con el cual cumplir por los controles de acceso, la idea no sólo de llegar muy tarde sino de tener que descender sin poder descansar no era agradable.
Comencé a bajar para hablar con uno de los arrieros, pues había continuado la subida por un poco más mientras me lo pensaba. Escuché a alguien gritar mi nombre dos o tres veces, pero no conseguía ver quién ni exactamente dónde, o si realmente estaban gritando mi nombre y no era yo alucinando. Más tarde nuestro guía me comentaría que cuando me vio comenzar a bajar me llamó (ya ellos estaban bastante adelantados arriba) hasta que vio que me detuve en donde uno de los arrieros.
«¿Cuánto por el alquiler?» le pregunté a un señor que parecía tener cierta autoridad sobre el negocio en general.
«Setenta soles,» me dijo.
«¿Setenta?» No lo podía creer. «¿Aunque vamos ya a mitad de camino? Abajo son ochenta soles.»
«Sí, señor.»
Claro, ya en este punto del ascenso uno cayó en la telaraña, y no queda otra más que dejarse devorar por la viuda negra.
«Bueno,» le dije. Malo, en realidad, pero ni modo.
Setenta soles, pues.
Me preguntó si sabía montar por mi cuenta. La verdad es que sí, el problema es que no sabía exactamente hasta qué punto debía seguir con el caballo y, aunque estos se saben el camino de memoria, también se paran a descansar en el momento que quieran sin uno estar seguro de que hasta allí llega la cosa, o que simplemente ya no quieren seguir caminando. Y que no los culpo, por si acaso, que estar todo el día subiendo y bajando esa cuesta no debe ser muy divertido, pero tampoco quería que mis setenta soles se perdieran por no saber en dónde bajarme.
Así que quedamos en que esperaría por que un arriero viniera a por mí. Cuando llegó traía consigo una hilera de caballos con más víctimas/viajeros, como si fuera un tren. Yo iba a la cabeza, por lo menos hasta que alcanzamos al grupito que iba frente a nosotros. El camino faltante resultó ser más largo de lo que me imaginaba, y en ciertas partes uno confiaba su vida completamente al caballo, porque si este se tropezaba o resbalaba los dos caeríamos de una altura considerable que probablemente terminaría con todas mis aventuras ahí mismo.
Pero llegamos.
Del estacionamiento equino a la laguna eran un par de minutos más caminando, un esfuerzo que se hizo más agotador por la ansiedad de llegar de una vez al lugar impulsando a uno a caminar más rápido.

La realidad es que la laguna y sus alrededores son espectaculares, una meta todavía mejor que la de la Montaña de los Siete Colores. Lo que la empaña es la travesía y la cantidad de turistas en el lugar. Que ya no es como antaño, allá para antes del 2015 cuando era tan solo un desvío para «hikers» serios y no una atracción turística para cualquiera dispuesto a intentarlo. Lo que hay ahora es la ya clásica sesión de fotos y lucha por posicionamiento para los mejores ángulos. Que nuestro mundo se ha convertido en una lucha por publicar en Instagram y Facebook por encima de disfrutarse el lugar.
Y sí, me incluyo, que si tan solo me disfrutara el lugar no tendría ni una sola prueba de que estuve allí.

No digo que este tipo de turismo sea malo, pues sin estos tours muchos de nosotros no tendríamos la oportunidad de conocer en persona todos estos maravillosos lugares; pero siento que es un turismo demasiado industrializado, utilizando ingredientes de alta cocina para un producto final que equivale a un «fast food». Que cuando uno le da una probadita le gusta y se pregunta cómo sería si se pudiera dar el banquete como es, si tuviera la oportunidad de llegar con calma a estos sitios, estar relajado mientras se disfruta de la belleza del paisaje, realizar alguna actividad (que se yo, ¿un picnic?) in situ antes de dar la vuelta al mundo real.
Hablando de dar la vuelta…
Uno pensaría que la bajada sería mucho más fácil que la subida. Y uno tendría razón, porque esa no es la mejor manera de frasear el comentario. En realidad lo que quiero decir es que uno pensaría que bajar no representa una tortura para el cuerpo, y ahí estaría equivocado. Porque hay que bajar pegando freno, algo todavía más difícil con las piedras en el camino, y todavía estamos a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar y todavía mover los músculos requiere de mayor esfuerzo de lo normal.
Pero por lo menos ya no hacen falta los caballos.
Cosa buena, porque para bajar no alquilan caballos. Los ochenta o setenta soles son por el ascenso nada más, así que si ya no puede con su alma récele a un santo que lo ayude a descender.
Yo podía. Gracias al heroismo del caballo en la subida.

La próxima semana nos vamos en un recorrido turístico de Cusco a Puno. ¡Hasta entonces!
Deja una respuesta