Mendoza: Valle de Uco


Mi último día en Mendoza fue uno memorable, tanto en lo negativo como lo positivo. En el aspecto negativo tuvimos dos incidentes separados en nuestro grupo, uno en donde una compañera cayó de un caballo que se paró en sus patas traseras (esto fue cuando todavía no habíamos comenzado la marcha, por lo que no la verán en las fotos). Por suerte ella salió ilesa y no pasó de ser un susto. El otro incidente fue pocas horas antes de que saliera nuestro vuelo a Panamá. Un compañero se desmayó, y yo era el único del grupo que estaba cerca de él cuando sucedió. Ese fue tremendo susto pues cayó de frente al concreto sin oponer resistencia ya que había perdido el conocimiento. Estando en el extranjero y alejado momentáneamente del resto del grupo lo que sentí en esos momentos fue impotencia.

Aquí los mendocinos se graduaron con honores, pues varias personas rápido se acercaron a ayudarnos, incluyendo un médico que pasaba por allí. La ambulancia no tardó mucho en llegar, y nuestro compañero fue llevado al hospital (para cuando se lo llevaron ya había recuperado el conocimiento). Pasaría dos días adicionales en Mendoza a lo que era evaluado. Por suerte este incidente tampoco pasó de ser un susto. También me mostró casi de primera mano la importancia de tener seguros médicos para viajes. Siempre que viajo con la agencia saco un seguro de viajes, pero casualmente para ese viaje olvidé sacarlo.

Moraleja: estiren un poco más su presupuesto y saquen un seguro de viajes. Nunca saben cuando lo puedan necesitar.

Al final todo salió bien.

Ahora lo positivo.

Este día nos tocó ir al Valle de Uco en el Departamento de Tupungato, el cual se encuentra a aproximadamente una hora de la ciudad de Mendoza. El Valle de Uco es lo más cerca que estuvimos de los Andes, y en verdad que esas vistas eran otra cosa, a pesar de las benditas nubes que se empeñaban en empañarnos la fiesta durante nuestra semana en Mendoza. Ninguna foto que ponga aquí le hará justicia a la experiencia de ver esos titanes de fondo.

Nuestro destino final era la Estancia La Alejandra, una hermosa hacienda en donde, aún siendo verano, hacía bastante frío. En mi caso tuve la suerte de que nuestro chofer me prestó una chaqueta abrigada; aunque no recuerdo la temperatura ese día, sí era lo suficientemente baja para ameritar ponérmela encima del abrigo que ya tenía puesto. La altura en donde está localizada la estancia es de unos dos mil metros, y si a esto se le suma la cordillera pueden imaginarse el porqué del frío. Si van, vayan preparados.

Foto circa 2018, era pre-Covid del Cuaternario tardío. Homo Sapiens Sapiens todavía se le era permitido el acercamiento social.

Entre las actividades de la estancia están el mountain bike, trekking, y cabalgatas. Nosotros hicimos esto último, ayudados por el hecho de que los caballos ya se saben el camino de memoria y uno sólo está de pasajero. Si no tomé más fotos del recorrido, ni mucho menos me molesté en tomar video, fue porque no me sentía muy seguro en mi habilidad de sostener el teléfono en un caballo en movimiento. No es que estos caballos fueran rápido, pero tampoco se trataba del caballito que monté en la Montaña Arcoíris, que la gran altura y el ascenso empinado lo imposibilitaban de ir más rápido que «bastante lento». Estos podían galopar si uno así lo deseaba, y en algunas áreas se pusieron a trotar. En fin, el movimiento era lo suficiente como para que en un descuido se me cayera el teléfono y me arriesgase a perderlo para siempre.

Si hubiera intentado encuadrar la foto no me salía. El enmarque de los otros dos caballos es puramente accidental.

Terminada la cabalgata, nos ofrecieron un poco de mate antes de partir. Increíblemente no he hablado del mate en todo lo que llevo escribiendo de Mendoza. El mate es una infusión hecha con la yerba mate y es algo muy argentino, aunque también se consume con regularidad en Uruguay (el número uno en consumo) y Paraguay. En Argentina lo verán en todas partes, y de hecho me parece recordar que la manera de identificar a los uruguayos en Argentina es por el recipiente que utilizan para beber el mate versus al que utilizan los argentinos (cualquier uruguayo o argentino que lea esto siéntase en la total libertad de arrojar más luz sobre esto).

También sabe horrible.

Supongo que es por la falta de costumbre, pero en base al sabor del mate no entiendo la fascinación. Lo único que queda como explicación posible es que desde pequeños los acostumbren al consumo de la yerba y se hace algo muy normal. Lo cierto es que el sabor no va conmigo, pero también es cierto que la infusión tiene propiedades energizantes. Recién yo he empezado a beber con regularidad el té de «matcha», que también sabe extremadamente mal pero cuyas propiedades energizantes y nutritivas en general pueden más en mi consciencia que cualquier protesta que mi paladar pueda tener. Así que, por ese lado, entiendo perfectamente a los argentinos.

Solo quería decirles que estacionar un caballo no es fácil si no se tiene la experiencia. Yo no estacioné al mío.

Y hasta aquí mi aventura por Mendoza. Dejé un par de bodegas sin explorar en el blog, más porque la memoria me falla demasiado ahora como para hacerles justicia, que porque no merezcan tener su propio espacio. Lo cierto es que, en lo que a bodegas se refiere, no creo que vayan a fallar con ninguna. La Estancia La Alejandra les proveerá una hermosa experiencia al aire libre, una más auténtica que la que más tarde me proveyó Santa Susana a las afueras de Buenos Aires, pero eso es material para un blog en el futuro. Las Termas de Cacheuta, como mencioné en su respectivo blog, es probablemente la mejor manera de terminar su estancia en Mendoza, relajándose en sus aguas termales y aplicándose el lodo terapéutico en su piel. Así que si les gustan los vinos, los grandes parajes, las actividades al aire libre, las aguas termales, la pesca (que no experimenté, pero que también es una alternativa), y – como no – hasta el mate, no harían nada mal en reservar su boleto aéreo para Mendoza.

Próximo en la agenda: Buenos Aires.

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