
Si usted quería invadir a Cartagena, tenía que hacerlo desde el Mar Caribe, venir del Norte, dar la vuelta, entrar por la bahía, la península Bocagrande donde están todos aquellos edificios altos y modernos, y entrar a la bahía de Cartagena hacia suelo firme.
Así nos describía nuestro guía lo que debían hacer las flotas invasoras para poder atacar el puerto mejor defendido de Suramérica durante la dominación española. Al igual que San Juan y nuestro propio castillo de San Felipe, Cartagena era una ciudad estratégicamente posicionada para recibir cargamentos valiosos de la corona española, por lo que requerían de una infraestructura militar similar para defenderla.
El fuerte de San Felipe de Barajas tiene mayores similitudes con nuestro fuerte de San Cristóbal en San Juan que con San Felipe del Morro, esto debido a que el mismo defendía la ciudad de desembarcos y ataques por tierra. La bahía, como comentaba el guía, era una formación que protegía de manera natural el acceso a la ciudad por el mar, mientras que el fuerte se encargaba de cañonear a todo aquel que intentase un desembarco.
Este fuerte, a pesar de su gran similitud con las fortificaciones españolas de San Juan, era uno de mis puntos de mayor interés en Colombia, pues fue aquí donde se llevó a cabo una de las más grandes batallas navales de la historia. Esto ocurrió en abril de 1741, cuando Inglaterra envió una enorme escuadra de 186 buques y 27 mil soldados comandados por el almirante Edward Vernon a tomar la ciudad. La defensa de Cartagena estaba a cargo del almirante Blas de Lezo y Olavarrieta, quien tenía bajo su mando unos 3 mil hombres. Debido a la enorme desventaja numérica, los ingleses confiaban plenamente en la victoria, al punto de mandar a acuñar unas monedas conmemorando la batalla, las cuales decían «El Orgullo de España humillado por el Alm. Vernon» por un lado, y por el otro «Vernon conquista Cartagena». La celebración resultó en extremo prematura, pues Olavarrieta terminó alcanzado una improbable victoria, forzando la retirada de los ingleses.
Dos de estas monedas se encuentran en exhibición en el fuerte, y se pueden comprar réplicas en la tienda de souvenirs que está al lado de estas (por supuesto que lo hice).

El Almirante Blas de Lezo y Olavarrieta tiene también su propia estatua frente al fuerte.

Como había comentado en el artículo de información general de Cartagena, el calor en esta ciudad es cosa seria, así que prepárense para sudar bastante. Si no llevan botellas de agua fría con ustedes, habrán bastantes vendedores ambulantes en los alrededores del fuerte de los que podrán comprar; sea cual sea el caso, manténganse hidratados. También en la misma tienda de souvenirs donde están las réplicas de las monedas pueden comprar helados o agua fría.
Del fuerte de San Felipe pasamos al Centro Histórico. Allí nos adentramos en la plaza conocida como Plaza de los Coches, donde se establecieron varias de las personas más ricas de la ciudad, aquellas que podían costear coches de caballos. En esta plaza se vendía todo tipo de mercancías, incluyendo los esclavos que terminaron construyendo el fuerte San Felipe, así como los cinco kilómetros de murallas que rodean la ciudad.

En la Plaza de los Coches hay una casa de cambio de monedas a mano derecha de la entrada principal llamada Joyería Casa de la Esmeralda. La menciono pues, como bien dijo nuestro guía, se debe cambiar solo en casas de cambio recomendadas. A través de la ciudad encontrarán varias casas de cambio, de hecho (cerca de mi hotel, el Almirante, habían par lo suficientemente cerca para llegar caminando).
De la Plaza de los Coches nos movimos ahora en dirección a la izquierda de la entrada principal. Entramos de esa manera en una plaza muy bonita llamada oficialmente Plaza Colón, por una estatua de Cristobal Colón que fue inaugurada en 1894; sin embargo, todavía se le conoce coloquialmente con el nombre que tenía antes de la llegada de la estatua, la Plaza de las Aduanas.
Pasando la Plaza de las Aduanas, y después de comprar unas limonadas con hielo en el camino para refrescarnos, llegamos a la iglesia de San Pedro Claver. Por ser Sábado de Gloria no estaba abierta al público para visitas, así que solo pudimos ver algunas partes de la catedral por dentro.



Nos habían recomendado el restaurante La Cevichería para cenar esa noche; lamentablemente luego de dos horas de espera (el restaurante tiene mucha demanda), cuando ya por fin nos sentamos a la mesa y esperábamos por que nos trajeran el menú, se fue la luz en toda la calle. Así que debimos resolver en otro restaurante que quedaba cerca de nombre Juan del Mar, que tenía buena comida y buen ambiente.

Con esa cena culminó nuestra aventura en Cartagena. Al siguiente día regresamos a Puerto Rico, pero aunque Cartagena y el Viejo San Juan tienen muchas similitudes, y a pesar del calor infernal de la ciudad, no titubearía en volver si se me presentase de nuevo la oportunidad. Pues, como sucede con frecuencia, se quedaron muchas cosas por descubrir.

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